Estaba en la sala de mi casa a punto de comer y mi pareja me preguntó: ¿Me dejas ponerte una serie sobre comida? A lo cual respondí que… ¡Obviamente! Pero en cuanto inició el opening vi un dragón y de inmediato le cuestioné. ¿Oye no íbamos a ver una serie de comida? ¡Hay un dragón en la pantalla! Jajá respondió él.
Coincidió que vi Tragones y Mazmorras poco después de ver por segunda vez Fullmetal Alchemist y hay amigos… Los mensajes son poderosos. No solo es el hecho de que nos presentan un mundo lleno de diversidad y anatomías monstruosas, sino que cada capítulo nos invita a ver más allá de lo evidente, a observar cómo cada parte tiene su lugar en el orden natural de las cosas.
El excesivo consumo de comida en esta modernidad y su impacto en el planeta es un tema crucial que merece nuestra atención, en capítulos como el número 7 (Kelpie / Papilla de cebada / Parásito asado con salsa) el grupo nos muestra cómo a veces ya somos parte del equilibrio sin notarlo, pero siempre con la enseñanza de no tomar más de lo que necesitamos.
Entre recetas exquisitas, ambientes llenos de fantasía, personajes dignos del señor de los anillos, clases de biología y lecciones que nos deja el ser curiosos, debo confesar que es de los mejores animes que he visto. Los personajes son agradables, desarrollan, aprenden y te sorprendes junto con ellos.
Sin duda, la mangaka Ryōko Kui le dio la vuelta a la tortilla al típico juego de roles para entregarnos todo un viaje culinario del alma. A lo largo de la historia veremos cómo la relación entre la comida y las culturas mágicas es fascinante y compleja. También el cómo los alimentos son portadores de significado, identidad y tabú.
Y volviendo un poco a Fullmetal Alchemist, considero de esencial importancia que contenidos como este se sigan creando, pues hacernos conscientes de nuestro entorno, agradecer el arroz y la carne, entender de dónde vienen las cosas y que a veces hay que desafiar las normas para sobrevivir, son en estos tiempos… actos de anarquía.
Reconsiderar el valor del trabajo es una lección fundamental que podemos legar a las generaciones venideras. Más allá de la simple gratitud por la comida en la mesa, permitir que el ritual de compartir un plato de sopa nos envuelva en el cálido abrazo de la amistad y la familia, eso sí que es… un tesoro invaluable.